Siento que cavo un hueco en mi propio pecho, mientras oigo los latidos de tu corazón martillándome las costillas. Suena tembloroso. Como una melodía. Parece alcanzar tonos agudos, y por veces muy graves, que suben y bajan de volumen…hasta que ya más nada se puede de ellos escuchar. Por qué estás tan lejos…? Por qué? Mi obra no puede seguir adelante si tú no estás aquí.
Siento en mis venas tu sangre, que corre sin parar, desesperadamente buscando su alimento, buscando nutrirse.
Como la savia que alimenta un árbol, soy para ti una fuente.
Tan humilde alma encarnada en mi ser. Y todo porque, en ese día, las luces y los sonidos del escenario hicieron con que iniciemos el espectáculo. Aquella noche, aquel momento en donde el mundo giro en nuestro alrededor y ninguno de los dos percibió.
El espectáculo, estaría entonces, solo comenzando.
Supe en esa noche que el toque de tus labios danzaba rítmicamente al compás del sonido que producían nuestros corazones, y que tus ojos, cuando abiertos, iluminaban el espectáculo allí siendo vivenciado. Y yo, victima de tu poesía violenta y e irónicamente dulce, me entregué a la obra como espectadora admirada que era, y pasé a ser la actriz. Me condujiste hasta el escenario y me entregaste el guion. Fuiste mi director. Pero yo decidí improvisar.
La obra y el guion son infinitos, así que los espectadores pueden irse, porque nosotros aun no terminamos. Y nunca lo haremos. Porque vivimos en un mundo que nos pertenece solamente a nosotros, y eso nadie lo puede cambiar. Un mundo compuesto por luces y melodía.